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miércoles, 3 de julio de 2013

capitulo 5 de no me hables de amor

Cap.5

Antes de hablar con Peeta, y romperle esa burbuja de amor y esperanzas que yo misma le habia creado, tenía un asunto aún más importante que atender.

Se me ponian los nervios de punta de solo pensarlo, mis piernas temblaban y mis manos no se quedaban quietas mientras esperaba sentada en un sillón de
cuero, situado en un amplio vestíbulo recubierto de mármol y granito, con un candelabro formado por complicadas curvas de cristal sobre mi cabeza y ese asqueroso olor a rosas del Capitolio me rodeaba.

La espera se me hacía eterna, entre más tiempo estaba ahí, más nerviosa me sentía. Me asustaba
pensar que los nervios pudieran tomar el control de la situación y empezar a llorar o berrear en ese
mismo instante, por que se que no podria contenerme y algo malo podria pasar...

Con toda la fuerza de la que fui capaz, me contuve y en lugar de destrozar el delicado cuero que cubría mi asiento me dediqué a
sosegar mi respiración y relajar cada músculo de mi cuerpo, -estaba aterrada, pero de ninguna manera permitiría que alguien lo notara.
-Puede pasar señorita Everdeen -me anunció un agente de la paz,
mostrándome el camino que concluía en una puerta de madera oscura, muy gruesa con el escudo de Panem tallado en el centro.

Tomé aire por última vez antes de que el aroma pestilente de las rosas del Capitolio lo inundaran todo y me atacaran las náuseas. De nuevo me encontraba frente al
presidente Snow.

-Puede retirarse -le indicó al agente, el cual cerro la puerta con un golpecito sordo, apenas audible, pero que hacía patente el grosor y el peso de la puerta. Al cerrarse la puerta, me sentí como si me hubieran aprisionado en una jaula y sólo él tuviera la llave.

Entrecruzó los dedos y me miró, con una sonrisa burlona y condescendiente.

-Bien, señorita... ¿Qué tiene para mí el día de hoy? -junto con su voz, el ambiente se llenó del mismo
aroma a sangre que percibí cuando me visitó en mi casa de la Aldea de los Vencedores, antes de la Gira
de la Victoria.

-Usted me pidió pruebas contundentes - repuse, asombrada de haber conseguido articular una frase comprensible, me sentí aliviada al escuchar mi voz un
tanto firme, no como el chillido que imaginé que saldría debido al pánico.

-¿Y las tiene? -separó sus manos y las extendió sobre su amplio escritorio, el cual estaba hecho de la misma madera que la puerta a juzgar por el color, y detrás
había un vitral, muy impresionante debo admitirlo, con el sello del Capitolio diseñado con cientos de
miles de pequeños cristales, el cual dejaba pasar la escasa luz del Sol que podía pasar a través de las densas nubes.

-No por el momento, pero tengo motivos firmes para asegurarle que, en menos de lo que usted se lo
espera, podré darle la mayor prueba que pueda necesitar, tanto
usted como todo Panem -con cada palabra que salía de mi boca sentía la convicción de hacerse más y más firme.

-No me caracterizo por ser una persona paciente señorita Everdeen -repuso él, soltando un
bufido... -Espero que esa prueba que usted me asegura es ''todo'' lo que pudiera necesitar, sea más
convincente que sus estúpidos abrazos y besos en las plazas de los distritos. Me estremecí al recordar la coordinación tan precisa del Distrito 11 al ejecutar el saludo de mi distrito; llevándose tres dedos a la boca y alzándolos en el aire... Me abrumó la sensación de saber que era yo la que había dejado caer la primera gota de lo que, rápidamente, se convertía en un gran océano dispuesto a inundar el Capitolio.

-Como le dije antes; puedo asegurarle que tendrá las evidencias que requiere -sentí asco de mi misma, negociando con el presidente, jugando bajo los
términos del Capitolio.

-Espero con ansias que llegue el momento de volver a verla, señorita Everdeen -sonrió estirando
sus tétricos labios -Ésta vez le doy una oportunidad, pero la próxima vez sólo tiene dos opciones; darme
lo que le estoy pidiendo... O que usted jamás vuelva a decir una sola palabra... -con una seña me indicó que podía salir.

Me levanté de mi asiento y recorrí la poca distancia que había entre el escritorio y la salida. En ese momento el presidente me detuvo: -Le ruego, señorita que por favor, que recuerde los términos de
nuestro acuerdo -volvió a sonreír y yo me limité a asentir.

Cuando me acerqué a la puerta, ésta se abrió y vi a dos agentes de la paz, que me escoltaron hasta el
vestíbulo. Uno de ellos, el que iba a mi derecha, levantó un poco el guante que cubría su mano
izquierda y entonces lo vi; el grabado de un sinsajo en un brazalete de oro. En ese momento sentí que no todo estaba tan mal, y recordé como el presidente,
estratégicamente había esperado hasta el último instante de nuestra cita para recordarme ese maldito
trato.

Con el chasquido de la puerta principal del edificio detrás de mi pude ver claramente una escena
similar, sólo que esta había tenido lugar hacia apenas dos meses atras...

*FLASHBACK*

Mi madre había acompañado a Prim al colegio, seguramente había
un evento importante. Nadie me dijo nada, y yo no era la clase de personas que iba a lugares a donde
no le han invitado. Decidí volver a mi antiguo hogar en la Veta, quería sentirme cerca de mi padre, cerca de Gale, cerca de mi antigua vida, donde a pesar de todas las carencias, me daban una ligera sensación de que era dueña de mi misma, al menos un poco.
Todo eso se había perdido en el momento en que salió el nombre de Prim de la urna y yo, sin dudarlo,
me ofrecí voluntaria para ir en su lugar. La Veta me resultaba tan familiar que casi era como regresar un año atrás, cuando todo parecía un poco mejor. Justo en el momento en el que entré, unas palabras en la oscuridad me tomó completamente por sorpresa.

-Buenas tardes señorita Everdeen, -mi cuerpo se heló al reconocer la voz del gobernante de Panem.
-Buenas tardes... -traté de sonar tranquila, pero sentía como el pánico se apoderaba de mi cuerpo
poco a poco. Encendió la luz y pude ver que estábamos completamente solos... No tenía armas a la mano, estaba completamente indefensa y él,
sentado plácidamente en un sillón que definitivamente no pertenecía a ese lugar, demasiado exuberante con sus curvas que recordaban los
pétalos de una flor con el tono y el brillo exactos de una perla.

-Así que nos encontramos de nuevo, Chica en Llamas... -cada
palabra rebosaba condescendencia, casi lástima,
sonreía de una manera que solo podría definir como sádica.

-¿Puedo ayudarle en algo? -no sabía que decirle, como hablarle o en que tono debía hacerlo, así que
opté por ser formal y cortés; me parecía que era la forma menos probable de que me matara en
ese mismo segundo.

-Puede ayudarme mucho más de lo que cree -se recargó aún más contra su asiento, el cual se hundía
bajo su peso y la tela aperlada se fruncía justo ahí donde hacía más presión. Esperé y asentí, para que continuara hablando. Estaba a la defensiva a pesar de saber que
era completamente vulnerable sin arco, ni flechas, ni ningún otro tipo de arma a mi alcance, y él tenía a
todos los agentes de la paz a su disposición, a la espera de la orden para matarme sin piedad.

-Su truco de las bayas llegó más lejos de lo que creíamos -arrugó la nariz, visiblemente molesto de
sólo mencionar el tema, -Cualquiera pensaría que estaba... Desafiando abiertamente al Capitolio...Y a mi parecer -dejó la oración al aire, esperando que yo la
terminara.

-Es una lástima que me haya malinterpretado de esa manera -no supe como habían salido las palabras tan fluidas de mi boca -Jamás fue mi intención que lo interpretaran como una oposición, sino todo lo contrario; simplemente
no podía soportar la idea de vivir sin el... De volver aquí, a mi hogar sin el!!

-Así que, según usted, todo Panem tiene razón; fue un acto de amor... -hablaba con el tono de una persona que conoce toda la verdad y que, aún sabiendo, espera que le mientan. Yo debía mentir, y tenía que hacerlo bien.

-Por supuesto que si -suspiré, en un intento por aliviar la tensión...-Estaba desesperada, no tenía idea de como actuar, yo contaba con que ambos pudieramos ser los
Vencedores de los Juegos, dado el cambio de reglas, aunque regresaron a la normalidad en cuestión de días... Al parecer no le gustó para nada que mencionara el nunca antes visto cambio en las
normas de los Juegos y su posterior revocación.

-No le compete a usted, ni a nadie, cuestionar el manejo de los Juegos.

-No pretendo cuestionarlos, ni entenderlos, ni cambiarlos -repuse
-Sólo expongo mis puntos.

-Perfecto. Ahora, permítame exponer un punto importante;-Usted, Chica en Llamas, se ha convertido en un símbolo de rebeldía en los Distritos de Panem. Es toda una pena, dado que usted no trataba de retar al Capitolio... -¿No es así?- Su pregunta me hizo vacilar un poco
-¿Rebeldía? ¿Acaso los Distritos planeaban de nuevo una revuelta
como la que precedió a los Días Oscuros? No quería ni pensar en las consecuencias que una nueva
revolución podrían provocar. ¿Acaso no habían aprendido nada del castigo al Distrito 13? ¿No eran Los Juegos del Hambre un recordatorio anual del poder del Capitolio, que nada ni nadie podía
derrocar?
-Sí, francamente me siento avergonzada -me asqueaban mis palabras conforme las iba
pronunciando -No era esa mi intención, no buscaba darle un mensaje a los ciudadanos de Panem, y mucho menos uno de esa magnitud...

-Le propongo un trato, señorita Everdeen... Convenza al país de que su verdadera intención era salir con
vida del estadio junto a su compañero que, por casualidad o
por destino; ¡¡Resulta ser también el gran amor de su vida!! Dio una palmada con un entusiasmo excesivo y mal actuado que lo hacía verse aún más tétrico. -Y yo, no diré ni haré nada respecto a esto... -Me tendió una bolsa que, en apariencia y peso estaba vacía. Al abrirla y darle un vistazo reconocí al instante una de las trampas que solía utilizar Gale en el bosque, un lazo para el cabello de Prim y un trozo de papel, ya amarillento, en el cual se pude distinguir la escritura pulcra de mi madre.

-Es un trato -le dije con voz firme,
dándole la mano y sintiendo sus dedos cerrarse en torno a ella, con la bolsa aún apoyada sobre mis
piernas. Mi autocontrol me sorprendió en ese momento, jamás me imaginé siendo tan hipócrita,
pero no me importaba, mentiría, sonreiría, haría lo que fuera con tal de mantenerlos a todos a salvo.

*FIN DEL FLASHBACK*

Y ahora, a cinco meses de haberme encontrado al presidente en la penumbra de mi antiguo hogar, y
tras haberme sentado frente a él en su oficina con ese asqueroso hedor a rosas, había llegado el
momento que, si dependiese de mí, hubiera pospuesto eternamente.
-Tengo que decirle todo a Peeta.

De regreso en nuestro distrito...me escondi por unos dias en casa hasta estar segura de mi siguiente paso y al fin lo estoy...

La casa que pertenecía a Peeta en la Aldea de los Vencedores era muy similar a la mía, al menos en
apariencia. Dentro de ella se
aspiraba el delicioso olor de la canela. Recorrí el pasillo,asegurándome de que no había
nadie más. Mi inspección me confirmó que, efectivamente, sólo nos encontrábamos el y yo.

-Tengo que hablar contigo... -Es importante -me apoyé sobre el marco de la puerta de su habitación, esperando su respuesta.

-Justamente te iba a decir lo mismo -me sonrió, como de costumbre... -Tengo algo para ti. Me sentí aún peor conmigo misma al ver esa sonrisa cruzando su rostro
sabiendo que mis palabras la arrancarían y apagarían esa chispa que relucía en sus ojos. Me hizo
una seña para que me acercara y entré en su habitación. Ahí dentro el olor dulce del resto de la casa se perdía, para ser reemplazado por un tenue aroma a miel y granos de café.
-Siéntate -dijo, señalando la cama. Le obedecí, Sentía los latidos de mi corazón en la garganta y la sien.
-Ahora, cierra los ojos, sonriendo de manera tenue lo obedeci, ahora solo podía ver el interior de mis
párpados, un poco rojizos. Mi ritmo cardíaco se aceleraba cada segundo, apostaría a que él lo percibiría si se acercara un poco.
-Bien, ya puedes abrirlos -al hacerlo lo primero que vi fue a Peeta, de
rodillas delante de mi, con una pequeña cajita rectangular. Si antes tenía el pulso por las nubes
ahora había desaparecido por completo; Mi corazón,mi mente y mis nervios me fallaron, me quedé en blanco. Él abrió la cajita y me permitió ver una sencilla argolla dorada, la cual tenía los bordes de un tono rojo metálico que, a la luz del Sol, parecía estar en llamas con los destellos naranjas y amarillos.

-Katniss Everdeen -comenzó, un tanto nervioso -Mi chica en llamas... -escuchar mi apodo me hizo reír un
poco, raras veces el me llamaba de esa manera, aunque era la primera vez que el utilizaba la palabra "mi"

-¿¿Quieres casarte conmigo??



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